Las ciruelas constituyen un laxante ideal para todas las personas, especialmente para los niños, los ancianos y las mujeres embarazadas, que con frecuencia presentan estreñimiento. El uso
continuado de las ciruelas frescas en verano y desecadas o en forma de mermelada el resto del año, contribuye a vencer el intestino perezoso y a reeducar la función intestinal. La fibra soluble
de las ciruelas, además de mejorar el tránsito intestinal, tiene la capacidad de retener agua, por lo que se hincha en el estómago formando un gel, lo que reduce la velocidad de vaciamiento
gástrico y la velocidad de absorción de los hidratos de carbono. Esto las convierte en frutas útiles en regímenes de adelgazamiento, ya que su consumo produce sensación de saciedad, aunque
consumidas con mesura, por su abundancia de hidratos de carbono, lo que también han de tener en cuenta las personas que tienen diabetes. Además, la fibra soluble forma un gel viscoso que fija la
grasa y el colesterol, con lo que disminuye la absorción de dichas sustancias. Esto es positivo en caso de hipercolesterolemia.
Por su abundancia de potasio, el consumo de ciruelas se ha de hacer con moderación en caso de insuficiencia renal, en la que el aporte de dicho mineral esté restringido. Sin embargo, por su alto
contenido en agua, potasio y ácido málico (alcaliniza la orina), posee un efecto diurético beneficioso en caso de hiperuricemia o gota y litiasis o cálculos renales (facilitan la eliminación de
ácido úrico y sus sales), hipertensión arterial u otras enfermedades asociadas a retención de líquidos. También conviene su consumo cuando se emplean diuréticos que eliminan dicho mineral, y en
caso de bulimia debido a los episodios de vómitos autoinducidos que originan grandes pérdidas.
El ácido oxálico que contienen las ciruelas moradas puede formar sales con ciertos minerales como el calcio y formar oxalato cálcico, por lo que su consumo se ha de tener en cuenta si se padecen
este tipo de cálculos renales, ya que se podría agravar la situación.